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Es el amanecer del 21 de julio de 1798. Aun no pueden divisarse los diversos campamentos. Las pirámides han vuelto a escuchar ruido de armas. Desde Menes a los Hicsos, desde Sesostris a Cambises, desde Alejandro a César, desde Cómodo a Galieno, desde Emiliano a Probo, desde Diocleciano a Teodosio, desde Tiberio II a Omar, desde los Califas a los Mamelucos, hombres de todas las razas se dan cita en torno del Nilo para exterminarse. Se ha descubierto el movimiento de la tierra ; pero, ¿ quién podrá detenerla en el espacio? El mundo moral en Egipto, con el instinto sin diques en sus violencias, se revuelve así entre leyes, al parecer, fatales. Y en la luz que esta vez empieza a des- pertarse, las masas no se dibujan envueltas en velos de neblina. Algunas luces no apagadas parpadean en las líneas de las tiendas de campaña. Eso es todo.

El general Bonaparte ha despertado ha tiempo. Febril, se pasea con las manos cnazadas sobre el pecho. En el espacio se sienten graznidos de aves y golpes de alas.