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abuelo. Esa historia, celebrada por la corte, es esculpida en los muros del palacio...

Por el gozo que el cuento nos produjera, con su visión de países exóticos, se nos regaló un ejemplar de Las mil y una noches. El hombre del Cairo surgía a veces de los cuentos árabes, como un rayo de luz fantasmagórica, quedando durmiente en la imaginación, para pintar después, al soñar, extrañas escenas. Y hoy, camino de esa ciudad, nos recibe la silueta del libro dinamarqués, real y viva entre los juncos, anunciando al viejo Egipto, la eternamente renovada juventud de sus mieses. «¡ Oh amable y palpitante símbolo, con cuánto placer recibimos tu bienvenida ! Salve a ti, que cruzaste con un soplo encantador por la primavera de nuestro espíritu, llevándonos en tus alas armoniosas hasta la cueva mágica de Aladino...» Y la noble cigüeña no oye, y la vemos borrarse en el horizonte, pues el tren vuela, muy ajeno a nuestro encuentro amistoso.

Al cabo de una hora delíncanse llanuras arenosas, bebiéndose las últimas aguas, y, de vez en cuando, surgen palmeras.

Antes de llegar a Ismailía se impone la impresión del desierto. El sol enceguece, el calor aumenta. Los raros árboles aislados lo sien-