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bas, espejos de las aguas ! Los unos brotaban de las entrañas de la tierra a retratar el cielo : los otros, en su superficie, metían las profundidades del firmamento, convirtiendo ambos al hombre en más callado y pensativo. Su boca se hizo muda como su sombra. Después su vida toda identificóse con ésta, y empezó a observarla sobre el suelo.

Cuando él se alejaba, le seguía ; pero, al darle el frente, veíala huir. ¿Quién era el continuo centinela que en su torno giraba? Era su espíritu, queriéndose expresar como en los discos y en las aguas. Cuando le seguía sigilosamente, pensaba en su mutismo : «en cuanto me mire, hablo» ; y al encontrarse con sus ojos, huía sin atreverse. Quizá por cariño no decía la palabra. Quizá por maldad la callaba. ¡ Quién sabe ! En todo caso, el sol y la luna, creando la sombra de Kiram, le obsedían de continuo.

Se dio a comparar su sombra bajo los dos astros. Quería encontrar diferencias, en la de la luz ardiente y gloriosa, y en la de la melancólica y helada. Su silueta, en la noche, alargábase tornándose más ligera, pero no más obscura que la dibujada en el día. Luego, de su cuerpo fluía siempre igual proyección, callada y triste, y ya no era su alma, siendo la muerte, siempre constante para medir los pasos. Si, como se lo