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flectores, perseguía sin cesar una palabra que calmase su inquietud, iluminando el misterio de su existencia.

Entre los muros de los hipogeos, delante de las figuras de los bajos relieves con las escenas familiares del tiempo de los faraones, dióse también a buscar los rostros desvanecidos en las metálicas lunas. El creía posible que, de su memoria inmemorial, salieran, imitando al suyo presente. Esperaba también la voz de un alma adquiriendo la palabra en el fondo de los discos, con la sutilidad de una luz que se colorea o de un aliento que se hace brisa. Si el prodigio se realizase, creía que el óvalo encuadrante de su imagen iba a ser, transformándose en rayos de sol, una aureola.

Fatigado de no encontrar entre las momias rígidas y las pinturas hieráticas, la espiritual revelación, salió de los sepulcros a mirarse en las fuentes. A causa de esa su imagen, que en las aguas, hundiéndose por bóvedas infinitas, tocaba nubes, con rene jos impalpables entre brillos divinos, cobró horror a la pesadez de su cuerpo. Y desde allí, una voz quiso también hablarle, aumentando su inquietud, pues su alma, contemporánea del tiempo pasado, era hermana de la nube y de la estrella, y se veía en el espacio como en su reino. ¡ Espejos de las tum-