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cólica gracia. Y al influjo de los cuidados, el rosal se embelleció en el estío, hasta ser, con el pleno triunfo de la presencia de un alma, como si la aurora en sus flexibles ramas se transformase en día.

Pasó un año y vino otra vez la primavera. Nuevas flores se anunciaban en recientes brotes. Alí los veía hincharse, casi palpitantes, y con gran inquietud esperaba el prodigio. La planta, pensativa en los meses anteriores, llena ahora del flujo ardiente de la savia, parecía querer sonreír con sus rosas. Y éstas surgieron, pero no purpúreas, con el fulgor de nubes de ocaso, que es triste y es glorioso, al reflejar la apoteosis de una muerte. Antes, por el contrario, se dibujaron niveas, con blancura nupcial, y la antigua tristeza y sus lágrimas invisibles eran alegre frescor lejos de todo melancólico crepúsculo... Alí se estremeció sin saber por qué, y los pájaros, sin saber mucho más, sobre los vuelos de las mariposas al sol, olvidaron sus elegías, y en sus trinos estalló en himno la primavera.

El genio apareció y dijo : «Alí, vengo sin que me llames, pues ya no lo puedes, para explicarte el cambio del rosal. El no era una alma, sino su terrestre espejo, tal como mi poder lo hizo. Las rosas ransformáronse, porque los senti-