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EN TREN

Saliendo de Puerto Said, el ferrocarril costea largas extensiones del canal de Suez y, al otro lado, una llanura anegada. Aquí y allá, rompiendo la monotonía de la inundación, pedazos de verdura asoman, brillan y esmaltan. Sobre uno de ellos vemos una cigüeña, de pie, evocadora de un viejo grabado. Y al entrar en la tierra del sol, nos obsede el recuerdo lejano de un cuento, nacido en un país de bruma. Pequeño libro ilustrado, el de Andersen, nos dio por la primera vez la sensación deslumbradora de mundos desconocidos. Por él sintió nuestra infancia, con una vaga inquietud, despertarse el instinto que pone ansiedad en los ojos, si una ave vuela y una nube pasa, ¡Ah, qué bella historia la de la hija del rey del Limo!

Con un plumazón de cisne, su madre abandona el Egipto para llegar, no lejos de Skagen, a los terrenos hornagueros de la punta septentrional de Jutlandia. Busca la flor milagrosa anunciada por el oráculo para salvar a su pa-