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samiento de tu mujer, el enano canta y ríe, entre las blancas flores que os harán corona.»

Pasó un año : el príncipe Abdiel murió en una cacería ; el viejo rey y las princesas lloraron mucho ; su sobrino Instar fué declarado sucesor del trono. El rabí recibió una túníca de lino de Egipto, sin costuras, que podía ondular, por leve, al más débil soplo de los labios, y que envolvía a su caballero como en un claro de luna. Al verle así cubierto, grandes honores se tributaron en la corte al sabio intérprete.

El príncipe heredero volvió a salir de su mutismo, llamó al rabí y le dijo : «¿Acertarás como la otra vez? Escucha: Mi hermosa mujer acaba de soñar : en un subterráneo se oía a lo lejos un himno de amor, y cerca un torrente de agua. Eepentinamente, un gigante io alumbró con sus ojos. Estaba dormido, y al abrir los párpados, dos linternas de fuego convirtieron las aguas en un torrente incendiado. El himno amoroso cesó entre ayes de dolor y rugidos de ira : sobre el subterráneo estalló un canto al son de añafiles y trompas.»

El rabí meditó un instante ; luego exclamó :

«¡ Oh príncipe ! tu reino empieza. Ese gigante, bajo el signo de Géminis, es, en esta comarca, el genio de la guerra. Ve a la ciudad de Basora, cuyo sitio no acaba nunca. Al oeste