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que en su nuevo amor perseguía un mfinito. Amaba el espíritu de Leila, pero quería que las otras, incorpóreas, inasibles espectros, se tornasen en visibles, trayéndole las sensaciones de sus viajes. Miró febril los reflejos y exclamó : «La sombra de las náyades.»

Después oyóse el grito desgarrante de una mujer : las aguas, agitadas, se habían cerrado sobre el príncipe. Y en aquel boscaje abríanse flores, jugueteaban pájaros, y las flores dijeron : «Aunque el alma no confíe al cuerpo su amor, es imposible abrazar a las náyades.» Y los pájaros cantaron : «La fuente retrata el infinito y se ríe del amor si quiere arrancarle su secreto.»

Curtida por el sufrimiento, y llena de piedad, se oyó exclamar a Leila, entre la voz de las flores y el canto de los pájaros : «Pobre Moslim el Hutail ; en su alma, el amor era hermano de la muerte.»