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ternan y se levantan, en una especie de ejercicio gimnástico. Bien están, sin embargo, al pie de esa estatua. Sus vestidos son menos fuertes y durables que el ropaje de bronce, pero como aquel hombre tienen en sus espíritus la fe, y con ella se transportan los montes. Fe en Dios — o en un ideal cualquiera, — algo que ponga más allá de nuestras frentes una estrella inspiradora ; eso es arma de vigor inextinguible, eso es lo estampado en la tumba de Pasteur, con palabras luminosas de uno de sus discursos. Lesseps dilató el dominio del mar haciendo más próspera la tierra.

El viejo sueño de los Sesostris, los Nekos, los Daríos, y de todos los habitantes de Egipto, se realizó por la fe y el genio de Francia. Este nombre no puede pronunciarse sino con tristeza en lugares que marcan su decadencia po- lítica. En medio de turbulencias desencadenadas por hombres y gobiernos insensatos, empieza como a languidecer la luz de la civilización que del Sena salía a fecundar el mundo. En tanto, el monumento, esperando la caída total, o el sacudimiento que vuelva al grande y noble país su antigua fuerza, se alza y habla de su gloria. Y la inscripción del plinto : Apérimus terram centro, se lee con placer en latín, cual si el honor de la obra se extendiese sobre