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del príncipe poeta : muchos murmurios se confundieron al ritmo de sus versos ; más de una linfa cubrióse con los pétalos de las rosas deshojadas por su mano. Tanto amor, tuvo al fin su recompensa. ¿Cómo oyó la suave voz de las náyades? ¿Cómo vio la primera desnudez reverberando con el sol, en las gotas que temblaban, sobre el torso de alabastro? Alguien lo preguntó a los mirtos que al borde de esas fuentes dialogaban con los céfiros, y al mismo cristal de entraña fabulosa ; pero, como no sentía mezclado al deseo el amor del poeta, ni mirtos, ni cristales, ni céfiros respondieron... Moslim el Hutail cautivó con la gracia de su nombre árabe los labios de las náyades griegas, y las náyades lo dieron al viento con dulzura.

Ellas le contaron la prodigiosa mansión que habitaban. El se figuró el efecto de las palmeras de su país en las grutas de nácar. Y aprendió que el sol entra y se diviniza en un crepúsculo maravilloso, convirtiendo las algas en explosión de ñores. Estremecióse al saber que los perfumes de éstas y los matices de la luz engendraban el júbilo, no dejando concebir ni más sutiles ni más hermosos, es decir, lo que angustia con su ausencia.

Y sintióse desfallecer al oir que la frescura del palacio engendraba un sueño, y ese sueño