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Las estrellas no habían palidecido, pero estaban al fin de su curso ; súbitamente, se oyó el grito desgarrante de un hombre a quien le quitan la vida, y ese hombre miraba al cielo queriéndoselo absorber con los ojos. Las horas habían volado con los astros, y los astros, hundiéndose, arrebataban a la noche ; y él pensaba : o¡ Ah ! ¡ poder detenerlos, no dejarlos seguir, clavarlos en la bóveda y alejar eternamente la aurora!...» La constelación de Suraya, y el signo El Assadi, y el fulgurante Sinaki no vieron, sin duda, al poeta del bosque tomar un arco, y tenderlo y descargarlo, lanzándoles cientos de flechas, como una estatua de la Desesperación animada. La reina alejóse envolviéndose en los velos del burko ; y el cazador, sin verla, cayó al suelo, extenuado por el ejercicio, ¡ Pobre Mudrix ! no volvería a levantarse para cantar las estaciones : ¡ su alianza con una noche de placer lo había vuelto loco !