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El rey, palideciendo, exclamó : «Bebed, señores, a la salud de la mañana que clarea, el vino de El Andar, aquel que alabó Amr Ebn, porque arroja los cuidados y ahoga las tristezas. Y tú, mi fiel Dhobyami, escánciame de ése, nacido entre los pámpanos de sagrada sombra, inspirador, sin duda, de visiones que son milagros.»

Dhobyami obedeció. Esta ez las esmeraldas de la copa, con las palidecientes antorchas del festín, agonizaban como las estrellas, entre los diamantes, que fingían la ilusión de gotas de rocío brotando del seno de la noche a reflejar el alba sobre una flor de oro.

El príncipe miró con profunda pena el vino ; lo alzó, al fin, y el breve relámpago se produjo casi crepuscular, sin fuerza. Hubo un movimiento : después un grito de estupor : el rey se había derrumbado. Lo que se hizo para salvarle fué inútil ; el brillante Barc Wail estaba bien muerto.

Los convidados inquirieron de Dhobyami lo que había puesto en la bebida. El copero no supo contestar que dos jóvenes arrojadas del palacio lloraron alguna vez sobre las raíces de la sedienta viña. Lo que respondió fué más inútil que lo que hubiese sido esa revelación, y los jueces le condenaron al destierro.