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das vivientes. Quiso con sus dedos sacarlas, y sus dedos se hirieron en el llanto siempre radiante y de nuevo entumecido.

El rey vio a lo lejos, algo oculto a los demás, y salió de su silencio gritando : «Mandad a escape un mensajero a Tayma. Hay un poeta que ha dicho a dos jóvenes un verso de El Samaual : Cuando el hombre no ha sido manchado por bajeza alguna, toda túnica que lleve parece hermosa. Y después : Asi también, la mujer deshonrada hace perder su belleza al más fino manto. Traedle encadenado, y buscad a esas jóvenes violadas ha tiempo en mi cámara : una será reina y otra princesa.»

El mensajero corrió sobie un corcel, que dejó muerto en la ciudad de Tayma, y volvió a las tres horas en otro corcel, que cayó muerto en la ciudad de Ancyra. Ya las antorchas palidecían en el alba naciente cuando dijo al rey, inmóvil entre los convidados, libres de la ebrie- dad por la inquietud del suceso :

«Señor, las dos jóvenes han muerto ; cantaban en las ferias para ganarse la vida y eran respetadas. Ayer rechazaron a un poeta y éste les lanzó el apostrofe que adivinasteis. Las dos almeas no quisieron sobrevivir a su vergüenza. He ahí lo acaecido : un emir va a llegar con el preso.»