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amor, se derraman en mis acciones, y espero tranquilo, en medio de mi tribu, la muerte.

Así me ha sido dado ver en mis sueños los boscajes del profeta. Los ríos que deslizan la miel en sus ondas murmuraban : «acerca los labiosa. He hollado los tapices que, sin tener costuras, son mullidos como lechos de monarca. He visto los árboles con frutos de dulzura desconocida, la realidad de los que sueñan las flores al transformarse en la tierra. He oído los cantares de las fuentes y entre ellos a la virgen de mis dolores diciendo : «Heme, pues, en mi reino. Su hermosura, que es la más alta, aguarda nuestro amor para transformarse en divina.» Y aquí concluye mi canto, aunque no mis pesares y esperanzas.