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mo de un canto. Tu cuello es más niveo que el ala de mis palomas, y ¡ oh ! ¡ quién pudiera seguir su línea h^sta descansar los ojos en la firmeza tibia de tus pechos ! Mas careces de algo en tu hermosura y quiero que eclipses a las mujeres de mi corte ; toma estas ágatas de Palestina, que acariciarán tu piel, mirándose como en el brillo de un espejo. Y el rey, antes de colocarte el collar, te pidió un beso, y tú, por el temor de perderlo, le entregaste sin pudor tu boca de virgen...»

Motedjarrada lanzó un sollozo, y Soleima y Zobeir sintieron sobre sus mejillas la vergüenza de la hermana. «¿Que cómo sé todo esto? te preguntas quizás — añadió el mago : — observa tu anillo.» Las tres doncellas lo miraron curiosamente. ¡ Sobre la flor de loto de Moted jarrada, símbolo de inmortalidad que debió serlo de la piedra preciosa, la chispa de fuego era grano de ceniza, la gota de sangre del arminio se había evaporado ; el rubí estaba muerto !