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estancia y le hizo beber el gozo de la luz. La mariposa, en un transporte de ebriedad, cruzó el jardín y se miró en las fuentes. Los pétalos marchitos que tocaba, reanimábanse ; los cálices sin perfume adquirían un exquisito aliento ; las flores brillantes y ya hermosas resplandecían con los matices de una apoteosis. Todo el parque exhaló frescura insólita para envolver el matizado insecto hecho de misterio, sol y alas. Y la primavera dio repentina voz a sus flores, y las fuentes palabras a sus murmurios, y los pájaros frases a sus trinos, y la brisa que venía, y la nube que pasaba, con pájaros, flores y fuentes, dijeron en un solo canto : el don del hada es un triunfo de la vida.

El joven volvió a su estancia, acometido por vaga, intolerable tristeza, después de aquel gran júbilo. Sin saber por qué, sentía hasta en los objetos de su aposento una inquietud angustiosa. Al caer el día, el insecto, cruzando la ventana, se paró con gracia sobre el cofre. Escuchábase lejano el rumor de las aguas en el sutil aliento del parque. El joven miró los árboles a través del muro abierto, y estremecióse su alma con su cuerpo : el cielo parecía descender los astros para darles alas entre las hojas. Después sintió estremecerse su cuerpo y