Página:La voz del Nilo (1915).djvu/102

Esta página ha sido corregida
— 98 —

Los rayos de la luna y sus ilusorios velos ofrecían a las flores divinos homenajes ; las ñores hacían a la luna las misteriosas confidencias de sus perfumes... Y todo ello tejía un cortejo. Apareció el hada, que, siendo pequeña, era hada del bosque inmenso. Los jóvenes la observaron deslumhrados. El ¡Densamiento debía florecer bajo su frente, como la luna en aquel instante tras un nacarado velo. En su cabello negro, una luciérnaga, sin poder volar entre los nocturnos hilos, se convertía en estreUa. Los ojos encantaban más que todos los ojos de las honras, y con ellos hacía el sol en el seno de la sombra, como en medio del otoño, la primavera con sus labios.

El hada dijo : «Para aumentar el gozo, o para secar las lágrimas, he aquí un don ; me es imposible dividirle. Tomadlo y haced como queráis : al fin, yo creo que tanto el uno como el otro sois indignos.» Y, seguida por el cortejo, desapareció con la última palabra.

El viajero feliz encendió su linterna, miró el presente, especie de polvo petrifica-do, y exclamó : «Esto semeja una pildora de veneno. El hada bella es una mujer malhechora.» Aquel que había adquirido la experiencia, respondió : «Así parece, pero también el don puede ser grano de incienso, capaz de transformarse en