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CALDERON

Sus rápidos movimientos por rumbos y por caminos.
¡Pluguiera al Cielo, primero que mi ingenio hubiera sido
De sus márgenes comento y de sus hojas registro.
Hubiera sido mi vida el primero desperdicio
De sus iras, y que en ellas mi tragedia hubiera sido,
Porque de los infelices aun el mérito es cuchillo,
Que á quien le daña el saber, homicida es de sí mismo!
Dígalo yo, aunque mejor lo dirán sucesos mios,
Para cuya admiración otra vez silencio os pido.
En Clorilene, mi esposa, tuve un infelice hijo.
En cuyo parto los cielos se agotaron de prodigios.
Antes que á la luz hermosa le diese el sepulcro vivo
De un vientre (porque el nacer y el morir son parecidos),
Su madre infinitas veces, entre ideas y delirios
Del sueño, vio que rompía sus entrañas, atrevido.
Un monstruo en forma de hombre; y entre su sangre teñido.
La daba muerte, naciendo víbora humana del siglo.
Llegó de su parto el dia, y los presagios cumplidos
(Porque tarde ó nunca son mentirosos los impíos).
Nació en horóscopo tal, que el sol, en su sangre tinto,
Entraba sañudamente con la luna en desafío;
Y siendo valla la tierra, los dos faroles divinos
A luz entera luchaban, ya que no á brazo partido.
El mayor, el más horrendo eclipse que ha padecido
El sol, después que con sangre lloró la muerte de Cristo,
Este fué, porque anegado el orbe en incendios vivos.
Presumió que padecía el último parasismo:
Los cielos se oscurecieron, temblaron los edificios,
Llovieron piedras las nubes, corrieron sangre los ríos.
En aqueste, pues, del Sol, ya frenesí ó ya delirio.
Nació Segismundo, dando de su condición indicios,
Pues dio la muerte á su madre, con cuya fiereza dijo:
— «Hombre soy, pues que ya empiezo a pagar mal beneficios.»
— Yo, acudiendo á mis estudios, en ellos y en todo miro
Que Segismundo seria el hombre más atrevido,
El príncipe más cruel y el monarca más impío.
Por quien su reino vendría a ser parcial y diviso.
Escuela de las traiciones y academia de los vicios;
Y él, de su furor llevado, entre asombros y delitos.
Había de poner en mí las plantas; y yo rendido
A sus pies me habia de ver (¡Con qué vergüenza lo digo!).
Siendo alfombra de sus plantas las canas del rostro mió.
¿Quién no da crédito al daño, y mas al daño que ha visto