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ROS. ¿No es breve luz aquella
Caduca exhalación, pálida estrella,
Que en trémulos desmayos,
Pulsando ardores y latiendo rayos.
Hace más tenebrosa
La oscura habitación con luz dudosa?
Si, pues a sus reflejos
Puedo determinar (aunque de lejos,)
Una prisión oscura,
Que es de un vivo cadáver sepultura;
Y, porque mas me asombre,
En el traje de fiera yace un hombre
De prisiones cargado,
Y sólo de una luz acompañado.
Pues huir no podemos,
Desde aquí sus desdichas escuchemos:
Sepamos lo que dice.

Abrense las hojas de la puerta, y descúbrese Segismundo con una cadena y vestido de pieles. Hay luz en la torre.

SEGIS. ¡Ay mísero de mí! ¡Ay infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
Ya que me tratáis así,
Qué delito cometí.
Contra vosotros, naciendo;
Aunque si nací, ya entiendo
Qué delito he cometido:
Bastante causa ha tenido
Vuestra justicia y rigor;
Pues el delito mayor
Del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera saber,
Para apurar mis desvelos
(Dejando á una parte, cielos,
El delito del nacer),
¿Qué más os pude ofender
Para castigarme más?
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿Qué privilegios tuvieron,
Que yo no gocé jamas?
Nace el ave, y con las galas
Que le dan belleza suma,