Página:La vida de las abejas (1909).pdf/28

Esta página no ha sido corregida
— 22 —

bellezas de un jardín, y entre esas bellezas, la más amada y la más visitada era un colmenar, compuesto de doce campanas de paja que había pintado unas de rosa vivo, otras de amarillo claro, la mayor parte de azul pálido, porque había observado, mucho antes de los experimentos de sir John Lubbock, que el azul es el color preferido por las abejas. Había instalado el colmenar junto á la blanqueada pared de la casa, en el rincón que formaba una de esas sabrosas y frescas cocinas holandesas de paredes de loza en que resplandecían los estaños y los cobres que por la puerta abierta se reflejaban en un apacible canal. Y el agua, cargada de imágenes familiares, bajo una cortina de álamos, guiaba las miradas hacia el reposo de un horizonte de molinos y de prados.

En aquel lugar, como donde quiera que se pongan, las colmenas habían dado á las flores, al silencio, á la suavidad del aire, á los rayos del sol, un significado nuevo. En cierto modo se tocaba el objeto de la fiesta del verano. Descansábase en la encrucijada fulgurante á que convergen y de donde irradian los caminos aéreos que desde el alba hasta el crepúsculo recorren, atareados y sonoros, todos los perfumes de ' la campiña. Allí íbase á oir el alma dichosa y visible, la voz inteligente y musical, el foco de alegría de las horas hermosas del jardín. Allí iba á aprenderse, en la escuela de las abejas, las preocupaciones de la Naturaleza omnipotente, las luminosas relaciones de los tres reinos, la organización inagotable de la vida, la moral