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DISCURSO PRELIMINAR

Pues estos son, concluia yo, estos son ciertamente los que nos cegaron y los que nos perdieron. Estos son aquellos doctores y legisperítos, que habiendo recibido, y teniendo en sus manos la llave de la ciencia, ni ellos entraron, ni dejaron entrar á otros. ¡Ay de vosotros, doctores de la ley, que os alzasteis con la llave de la ciencia! vosotros no entrasteis, y habeis proibido á los que entraban[1]. En las Escrituras están bien claras las señales de la venida del Mesías, y del Mesías mismo: su vida, su predicacion, su doctrina, su justicia, su santidad, su bondad, su mansedumbre, sus obras prodigiosas, sus tormentos, su cruz, su sepultura, &c. Mas como al mismo tiempo se leen en las mismas Escrituras, y esto á cada paso, otras cosas infinitamente grandes y magnificas de la misma persona del Mesías, tomaron nuestros doctores con suma indiscrecion, estas solas, componiéndolas á su modo, y se olvidaron de las otras, y las despreciaron absolutamente como cosas poco agradables. ¿Y qué sucedió? Vino el Mesías, se oyó su voz, se vió su justicia, se admiró su doctrina, sus milagros, &c. él mismo los remitia á las Escrituras, en las cuales como en un espejo fidelísimo lo podian ver retratado con suma perfeccion: Escudriñad las Escrituras... y ellas son las que dan testimonio de mí[2]: pero todo en vano: como ya no habia mas Escritura que los Rabinos, ni mas ideas del Mesías, que las que nos daban nuestros doctores; ni

  1. ¡Væ vobis legisperitis, quia tulistis clavem scientiæ! ipsi non introistis, et eos, qui introibant, prohibuistis.—Luc. xi, 52.
  2. Scrutamini Scripturas... et illæ sunt, quæ testimonium, perhibent de me.—Joan. v, 39.