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DISCURSO PRELIMINAR

gios inauditos por espacio de dos mil años: que este pueblo de Dios, este pueblo santo tuviese en medio de sí á este mismo Mesías por quien tantos siglos habia aspirado: que lo viese por sus propios ojos con todo el esplendor de sus virtudes: que oyese su voz y sus palabras de vida, siempre admirado, suspenso y como encantado, de las palabras de gracia que salian de su boca[1]: que admirase sus obras prodigiosas, diciendo y confesando que: bien lo ha hecho todo: á los sordos los ha hecho oir, y á los mudos hablar[2]: que recibiese de su bondad toda suerte de beneficios, y de beneficios continuos así espírituales como corporales, &c.; y que con todo eso no lo recibiese: con todo eso lo desconociese: con todo eso lo persiguiese con el mayor furor: con todo lo mirase como un seductor, como un inicuo, y como tenia anunciado Isaías, lo hubiese con los malvados contado[3]: con todo eso, en fin, lo pidiese á grandes voces para el suplicio de la cruz? Cierto que han sucedido en esta nuestra tierra cosas verdaderamente increibles, al paso que ciertas y de la suprema evidencia.

Mas de este sumo nal, infinitamente funesto y lamentable (proseguia yo discurriendo) ¿quién seria la verdadera causa? ¿Serian acaso los publicanos, los pecadores, las meretrices, por no poder sufrir la santidad de su vida, ni la pureza y perfeccion de su doctrina? Parece que no: pues el evangelio mismo nos asegura que: se acercaban á

  1. In verbis gratiæ, que procedebant de ore ipsius.—Luc. iv, 22.
  2. Bene omnia fecit: et surdos fecit audire, et mutos loqui.—Marc. vii, 37.
  3. Cum aceleratis reputatus est.—Isai. liii, 12.