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EN GLORIA Y MAGESTAD

tos y banquetes, y deleite de la vida carnal (y en este caso su sentencia no será diversa de la de Cerinto, sino una misma), ó si no lo dice, toda la impugnacion y los testos del evangelio, y de S. Pablo, en que solo se funda, serán fuera del caso, serán un cantar fuera del coro, serán un puro embrollar, y no querer hacerse cargo de lo principal del asunto que se trata. Aora pues: es cierto que Lactancio, ni indirecta ni directamente dice tal despropósito, ni en el lugar citado, ni en algun otro, ni Lactancio era algun ignorante, ó algún impío, que no supiese, ó no creyese una decision tan clara del Evangelio: es cierto del mismo modo, que ni S. Justino, ni S. Irenéo, ni Tertuliano, ni alguno otro de aquellos á quienes mencionó este autor, han avanzado tal error, ni les ha pasado por el pensamiento..... Luego debian buscarse otros argumentos, ó debia guardarse en el asunto un profundo silencio. La consecuencia parece buena: mas no hay lugar.

90. Lo que acabo de decir aquí de este, lo podéis estender sin temor alguno á todos cuantos han escrito contra los Milenarios. Yo á lo menos, ninguno hallo que no siga, ó en todo, ó en gran parte esta misma conducta. Todos se proponen el fin general de impugnar, destruir, y aniquilar un error; mas antes de descargar el gran golpe, distinguen unos Milenarios de otros: los herejes torpes, de los judaizantes: estos y aquellos, de los inocuos. ¿Para qué? ¿Para condenar á los unos y absolver á los otros? Parece que no, porque al fin el gran golpe cae sobre todos. Todos deben quedar oprimidos bajo la sentencia general: y la cualidad de inocuos solo puede servirles para tener el triste consuelo de morir inocentes. Para justificar de algun modo esta cruel sentencia, citan la autoridad de cuatro santos padres muy respetables: esto es, S. Dionisio Alejandrino, S. Epifanio, S. Jerónimo, y S. Agustin; como si estos hubieran dado el ejemplo de una conducta tan sin ejemplar. Mas despues de vistos y examinados estos cuatro padres (en quienes se funda toda la autoridad estrínseca, con que nos piensan espantar) nos quedamos con el deseo de saber, para qué fin nos remiten á ellos: si para que condenemos los er-