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LA VENIDA DEL MESIAS

84. Es verdad que no por eso ha estado del todo invisible: lo han visto y observado bien, aunque algo de lejos por no contaminarse, los que debian abrir ciertas puertas, hasta aora absolutamente cerradas en la Escritura: mas no atreviéndose á tomarlas en las manos, han porfiado, y porfiarán siempre en vano, pensando abrir aquellas puertas con violencia ó con maña, ó con otras llaves estrañas, que no se hicieron para ellas. Los padres y doctores milenarios de que hablamos, no tuvieron esas delicadezas; tomaron la llave con fe sencilla y con valor intrépido: la limpiaron de aquel lodo é inmundicia, que tanto la desfiguraba; y con esta sola diligencia abrieron las puertas con gran facilidad. Esta es toda la culpa.

85. No obstante, es preciso confesar (pues aquí no pretendemos hacer la apología de estos doctores, ni defender todo lo que dijeron, ni pensamos fundarnos de modo alguno en su autoridad) es innegable, digo, que á lo menos no se esplicaron bien, y habiendo abierto las puertas, no abrieron las ventanas: quiero decir, no se detuvieron á mirar despacio, y examinar con atencion todas las cosas particulares que habia dentro. Pasaron la vista, sobre todo muy de prisa, y muy superficialmente, porque tenian otras muchas cosas para aquellos primeros tiempos de mayor importancia que les llamaban toda la atencion. Esto mismo observamos en los doctores mas graves del cuarto y quinto siglo, que aunque sapientísimos y elocuentísimos no siempre se esplicaron en algunos puntos particulares cuanto aora deseamos, y habiamos menester. También es innegable, que muchos Milenarios, aun de los católicos y pios, mas poco espirituales, abusaron no poco del capitulo xx del Apocalipsis, añadiendo de su propia fantasía cosas que no dice la Escritura, y pasando á escribir tratados y libros que mas parecen novelas, solo buenas para divertir ociosos.

86. Mas al fin esas novelas, esas fábulas, esos errores groseros é indecentes, ó de herejes, ó de judíos, ó de judaizantes, ó de católicos ignorantes y carnales, por cuanto se quieran abultar y ponderar, no son del caso. ¿Por qué? Porque ninguna de estas cosas se leen en la Escritura.