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La teoría de la relatividad de Einstein.

con la fuerza, si el lugar del cuerpo movido, o su velocidad, o su aceleración, o una magnitud combinada independiente de éstas. De este problema no es posible encontrar la solución por mera reflexión filosófica; hay que interrogar a la naturaleza, y la respuesta primera que ésta da, nos dice que las fuerzas tienen influencia sobre las variaciones de velocidad; pero que para la conservación de un movimiento, sin que varíen en nada la cantidad y dirección de la velocidad, no hace falta ninguna fuerza, y recíprocamente: si no hay fuerzas, permanece inalterada la cantidad y dirección de la velocidad; esto es: que un cuerpo en reposo permanece en reposo, y un cuerpo en movimiento rectilíneo uniforme permanece en movimiento rectilíneo uniforme.

Esta ley de la facultad de permanecer, o ley de la inercia, no se manifiesta, empero, tan claramente como su sencilla expresión verbal lo haría sospechar. Pues en nuestra experiencia no conocemos ningún cuerpo que esté realmente libre de toda acción, y si nos lo representamos en nuestra imaginación, surcando solitario en linea recta el espacio cósmico con velocidad constante, caemos al punto en el problema de la trayectoria absolutamente recta en el espacio absolutamente inmóvil, problema del que más tarde habremos de hablar detenidamente. Por eso, provisionalmente, entenderemos la ley de inercia en el sentido limitado que tenía para Galileo.

Nos representaremos una mesa lisa y perfectamente horizontal; sobre la mesa, una bola lisa también. El peso de la bola hace que ésta oprima la mesa; pero determinamos que no nos hace falta ninguna fuerza notable para mover la bola sobre la mesa muy lentamente. Sobre la bola no actúa evidentemente ninguna fuerza en dirección horizontal, pues de otro modo no permanecería en reposo por si misma. Démosle ahora a la bola una cierta velocidad; rodará en línea recto, y cada vez más despacio; pero este alentamiento es muy pequeño, y Galileo lo reconoció como un efecto secundario, que es de atribuir al roce con la mesa y con el aire, aun cuando las fuerzas actuantes en ese roce no puedan manifes-