mirada del observador, dirigida hacia el astro, hace con el horizonte y otro plano elegido convenientemente. En este estadio del conocimiento, la superficie de la Tierra es la base inmóvil y eterna del Todo; las palabras «arriba» y «abajo» tienen un sentido absoluto, y cuando la fantasía poética o la especulación filosófica emprenden la tarea de estimar la altura del cielo o la profundidad del Tártaro, no necesita explicarse la significación de estos conceptos, pues la inmediata vivencia de la intuición nos los entrega, sin especulación. Aquí, la conceptuación naturalista se nutre de la riqueza que presentan las intuiciones subjetivas. El sistema cosmológico que lleva el nombre de Ptolomeo—150 después de J. C—es la fórmula científica de este estadio espiritual; conoce ya una multitud de hechos finamente observados sobre el movimiento del Sol, de la Luna, de los planetas, y sabe dominarlos teóricamente con notable éxito; pero se atiene a la absoluta inmovilidad de la Tierra, alrededor de la cual giran los astros a distancias inmensurables. Sus trayectorias son determinadas como círculos y epiciclos, según las leyes de la geometría terrestre, sin que pueda decirse por ello que el espacio cósmico se halle sometido propiamente a la geometría; pues las trayectorias residen, cual rieles, afianzados en las bóvedas cristalinas, que en capas sucesivas representan el cielo.
6. El sistema de Copérnico.
Es sabido que ya hubo pensadores griegos que descubrieron la forma esférica de la Tierra y se atrevieron a dar los primeros pasos que conducen del sistema ptolemaico, geocéntrico, a abstracciones superiores. Pero fué mucho después de fallecida la cultura griega, fué en otros pueblos y otros países donde el globo terrestre llegó a poseer realidad física. Es ésta la primera gran desviación de la apariencia sensible y, al propio tiempo, la primera gran relativización. Han transcurrido de nuevo varios siglos desde que se dió aquella vuelta, y lo que entonces era un descubrimiento inaudito, es hoy una verdad escolar