pues, como veremos en seguida, nos dan una velocidad finita para la propagación de las fuerzas electromagnéticas.
Pero en la época en que fueron establecidas estaba aún tan arraigada la fe en la inmediata acción a distancia, según el esquema de la atracción newtoniana, que pasó considerable tiempo hasta que pudieran prevalecer. Pues también la teoría de la acción a distancia había conseguido domeñar con fórmulas los fenómenos de inducción. Para ello hubo que admitir que las cargas en movimiento producen, además de la atracción de Coulomb, otras particulares acciones a distancia, que dependen de la cantidad y dirección de la velocidad. Los primeros ensayos de esta clase proceden de Neumann (1845). Particularmente famosa es la ley que estableció Wilhelm Weber (1846); semejantes fórmulas han dado también Riemann (1858) y Clausius (1877). Todas estas teorías coinciden en explicar las acciones eléctricas y magnéticas por fuerzas entre cargas eléctricas elementales o, como se dice hoy, «electrones»; trátase, pues, de predecesores de la actual teoría de los electrones, faltando desde luego aún una circunstancia esencial: la velocidad finita de propagación de las fuerzas. Estas teorías de la acción a distancia en la electrodinámica dieron una explicación completa de las fuerzas motoras y las corrientes de inducción que se presentan en corrientes conducidas cerradas. Pero en el caso de las corrientes «abiertas», esto es, de las cargas y descargas de los condensadores, hubieron de fracasar, pues en éstas aparece la corriente de desplazamiento de la cual nada saben las teorías de acción a distancia. Helmholtz se ha distinguido particularmente disponiendo apropiados experimentos para decidir entre la teoría de la acción a distancia y la teoría de la acción próxima. Lo consiguió hasta cierto punto y fué él mismo uno de los más celosos defensores de la teoría de Maxwell. Pero su discípulo Hertz fué el que le dió la victoria definitiva, descubriendo las ondas electromagnéticas.