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La sombra

finura.

67 ted esto, que es el colmo de lo maravilloso.

Paseábame en mi cuarto, entregado á mis normales meditaciones, cuando dieron unos golpecitos en la puerta: me admiró que alguien entrara sin ser anunciado, y dije: «Adelante.»» Figúrese usted, amigo, cuál sería mi estupor cuando vi entrar en mi aposento... ¿á quién cree usted?; al mismo Paris, la misma figura del cuadro, pero animado, vivo; un hombre, en fin, un semidiós con levita, sombrero, guantes y bastón; un bello ideal convertido en caballero del día, como otros muchos que van por ahí. Era su rostro malicioso y agraciado, irónica su sonrisa, la mirada penetrante y viva, el mismo Paris, la misma persona del lienzo hecha un ser real, un hombre del siglo XIX. Juzgad de mi turbación: creí soñar, retrocedí espantado, quise llamar, ocurrióme huir; pero él, descubriéndose respetuosamente y haciéndome algunas cortesías, acabó de convencerme de que tenía ante la vista á un caballero real y positivo, á quien por de pronto debía tratar como tal, correspondiendo á su mucha urbanidad y