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B. Pérez Galdós

bajado nadie; que la puerta estaba abierta; en fin, tantas y tales cosas, que yo, aferrado siempre á mi idea, y seguro de la realidad de lo que había visto, fluctuando en las más atroces dudas, porque su voz tenía el acento de profunda entereza, creí volverme loco, y á ello me conducía sin remedio aquella fatal y nunca vista situación.

—Pero hombre de Dios—le dije—, ¿no había algún medio de adquirir una completa certidumbre?

Ninguno, porque todo se volvía en mi daño, porque cada día me llevaba á un nuevo suplicio, siendo tales los sucesos anormales, que no me daban tiempo de reposar, buscando serenidad y luz. Los acontecimientos que he referido á usted no son más que la preparación ó el prólogo de los que ahora le voy á contar, que es cosa sin igual en la vida, pues no tengo noticia de que á ningún ser humano le haya acaecido tan extraordinaria y profundísima desventura. En algunos momentos hallábame satisfecho de mí mismo, porque creía haber puesto, con mi decisiva acción de la noche, término á aquel incidente funesto. Dábalo todo por concluído; y cuando tal pensaba, ni la idea de haber cometido un gran crimen bastaba á calmar el gozo que por tal consideración sentía. Pero... oiga us-