reían en un rincón con hilaridad de beodo ó de simple; y más allá vistosos pájaros de América disecados alternaban con conchas africanas, ramos de coral, un tríptico de la Edad Media, una cruz bizantina y relicarios egipcios, que...
— Basta, basta—grité levantándome —; basta; que ya se me trastorna la cabeza. Esa diabólica confusión de cosas que usted tenía no es para contada.
Sin duda todos los calderos y cachivaches de su casa se le antojaban al doctor vasos egipcios y cruces bizantinas. Él no se dió por ofendido con mi brusca interrupción, y muy entusiasmado prosiguió: Buscar la simetría en este museo hubiera sido destruir su principal encanto, que era la heterogeneidad y el desorden. Después de los primores geométricos de las galerías; después de la simetría cruel del dórico y de la regularidad deslumbradora del corintio, aquella mescolanza de objetos diversos...
— No es tan grande como la que tú tienes en la cabeza — dije para mí, envidiando la suerte del gato, que dormía tranquilamente sin verse obligado á admirar las maravillas del Renacimiento.
Aquella mescolanza de objetos, en algunos de los cuales se observaban órdenes mul-