—Sí, debía de ser magnífico—repetí para incitarle á hablar y recrearme en el desborde siempre majestuoso de su verbosidad fecunda.
LA SOMBRA —Aún me parece que estoy allí—dijo con una especie de éxtasis—, y veo á mi mujer, andando lentamente y con majestad, como ella andaba; entrar allí, cerrar la puerta; me figuro que siento el ruido de sus vestidos al caer, el sonido de su grueso collar de ámbar al ser puesto en el platillo del guardajoyas.
—¡Oh! siga usted, siga.
La media noche es fecunda en imaginaciones. Ella pasaba por delante de mí, dejando como un rastro de luz. Yo no dormía, porque estaba alerta, siempre con el oído atento á aquella voz abominable.
¿Á la voz de Elena?
35 — No, no—dijo con furor—; á la voz de...
La sangre corrió de su herida...
La señora estaba herida sin duda.
—No, él; lo cual no impedía que me mostrara su infame sonrisa y su mirada de demonio.
—Veo que ese es asunto complicado. ¿Anda en él alguna persona de quien yo no tenga noticia?
Sí, usted le conoce, todos le conocen, anda por ahí. Yo le veo todos los días; hace pocas noches estuvo aquí.