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B. Pérez Galdós

tables madres de aquel insigne vencedor de las naciones, cuando sentí que me tocaban el hombro.

Sorprendióme esto, porque me creía solo en el coche; volvíme con presteza, y

II

... en efecto, era una mujer; quiero decir, que al volverme vi á una mujer. Al partir de Jerez hallábame solo en el coche. ¿Cómo, cuándo, por dónde había entrado aquella señora? He aquí un punto difícil de aclarar, mayormente cuando mi cabeza, fuerza es declararlo, no gozaba del beneficio de una perspicacia completa.

«Caballero...» Á esta palabra siguieron otras que no pude entender bien. Tengo idea de haber dicho: «Señora...» Pero no estoy seguro de lo que tras esta palabra balbucieron mis torpes labios, aunque debió ser alguna frase de cortesía.

Es indudable que yo estaba aturdido, no sé en realidad por qué, como no fuera por el