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B. Pérez Galdós

andar por lo que un rato antes era lecho del río, sorteando los charcos que habían quedado aquí y allí. Como el sol picaba bastante, á Diana le daba calor el manto y se lo quitó, entregándolo á Celín para que se lo llevase. Y cuando se vió libre de aquel estorbo, sintió infantil deseo de saltar y agitarse. La risa le retozaba en los labios. Sus ideas habían variado, determinándose en ella algo que lo mismo podría ser consuelo que olvido. Lo pasado se alejaba, lo presente adquiría á sus ojos formas placenteras, y había perdido la noción del tiempo transcurrido y del momento ú ocasión en que lo presente sucedía. Después de dar muchos brincos de peña en peňa, apoyada en la firme mano de su guía, le entró á la niña un caprichoso anhelo de descalzarse para meter los pies en el agua. Ni ella misma podía decir en qué punto y hora lo hizo; pero ello es que zapatos y medias desaparecieron, y Dianita gozaba extraordinariamente agitando con su blanco y lindísimo pie el agua de los charcos, en alguno de los cuales había pececillos de todos colores abandonados por sus padres, crustáceos y caracoles monísimos. Las arenas de oro se mezclaban con el limo blando y verde, y en algunos sitios brillaban al sol como polvo luminoso. También vieron y ad-