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B. Pérez Galdós

rriente—. Aquí no podría ahogarme. Vamos más allá. Celín, pareces tonto. Llévame adonde el río sea muy profundo. ¿No sabes que quiero morir, que necesito matarme prontito, y que no es cosa de estar dando pataletas en el agua, y salvándose una cuando menos gana tiene de ello?....

Celín guió hacia otra parte, tomando por entre breñas y ásperas rocas. El camino era penoso, y la inconsolable se fatigó sobremanera.

¿Tienes hambre?—le dijo Celín de pron to, deteniéndose.

— Francamente, estoy desfallecida. Pero ¿qué importa?... ¡Para lo que me queda de vivir! Adelante, hijo.

Es que yo no me he desayunado.

Pues estás fresco. No pretenderás que encontremos por aquí un restaurant.

Pero encontraremos moras de zarza.

Sin decir más, trepó por una peña en la cual se enredaba zarza corpulentísima, y desde arriba empezó á dar gritos: — — ¡Hay muchas! ¡Y qué ricas! ¿Quieres?

Pon el manto para recoger las que yo tire.

La seiiorita no quiso hacerse de rogar, y conforme iban cayendo moras en el manto, se las iba comiendo, y en verdad que le sabían á gloria. Eran dulces como la miel. Ce-