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La sombra

IOI taba allí. Mi espanto fué tal, que no pude dar un paso, y me dejé caer en un sillón. Las fuerzas me faltaban ya por efecto de las continuas y dolorosas impresiones de aquel día; me desvanecí, me desmayé, y á no haberse entregado espontáneamente mi naturaleza al reposo, no sé qué hubiera sido de mí. Quedé inactivo y como muerto durante largas horas.

En el momento de recobrar el tino, amanecía.

Sentí ruido en la puerta, miré, y era Paris, que entraba de bata, pantuflas y con el cabello en desorden, como quien se levanta de la cama. Pasó delante de mí mirándome con la diabólica sonrisa que era en él constante. Yo le miré también largo rato, y el estupor, cierto marasmo moral que yo sentía, impidiéronme dirigirle la palabra en mucho tiempo.» Cuando esto decía el doctor, hallábase también poseído de aquel marasmo moral que refería. Tenía turbios los ojos, lenta la voz, difícil el aliento; estaba fatigado, y sin duda el recuerdo de los sucesos referidos le producía muy fuerte emoción. Por eso, y considerando lo que padecía el infeliz al traer á la memoria su insana idea, no me atreví á hacerle las mil observaciones que sobre el caso se me ocurrían; reflexiones que hubieran entibiado mucho el entusiasmo y fe con que refería tales locuras.