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mi interior, ni el esfuerzo de voluntad que me costaba apartarme de ella.

Mis simpatias y mi amor le pertenecían desde el momento en que nuestras manos se habían juntado en el jardín. Estaba seguro de que en años de tratarla en medio de los convencionalismos de la vida, no habría podido conocer su dulee y valerosa naturaleza como aquella sola noche de extrañas pruebas. Y, sin embargo, dos pensamientos sellaban en mis labios las palabras de afecto. Débil y sin amparo, trastornada é intranquila, hablarle de amor en aquellos momentos habría sido aprovechar una situación anormal. Y después, era rica, una opulenta heredera, si las pesquisas de II olmes tenían buen éxito. ¿Era digno, era honroso, que un cirujano sin más renta que la media paga de su retiro, explotara en su provecho la intimidad? ¿No se encontraba con ella por casualidad? ¿No me miraría luego como á un vulgar cazador de dotes?

Imposible era para mi correr ol riesgo de que semejante idea le cruzase por la mente. El tesoro de Agra se atravesaba entre nosotros como una barrera infranqueable.

Eran cerca de las dos cuando llegamos á casa de la señora Cecil Forrester. Ilacía ya varias horas que los sirvientes se habían recogido; pero la señora Forrester estaba tan impresionada