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Cristo, quitenlo de allí—Mi hermano y yo volvimos la cara hacia la ventana situada detrás de nosotros, en la que su vista estaba fija; una cara nos miraba de afuera, destacándose de la obscuridad: veíamos perfectamente la mancha blancaque hacía la nariz en el vidrio al apretarse contra él. Era una cara barbuda y peluda, con ojos crueles, salvajes, que miraban con expresión de concentrada malevolencia. Ambos, mi hermano y yo, nos precipitamos hacia la ventana, pero el hombre había desaparecido ya, y cuando volvimos al lado de nuestro padre, su cabeza había caído sobre la almohada y su pulso había cesado de latir.

Esa noche buscamos por todo el jardín, pero no encontramos señales del hombre, excepto el rastro de un pie, visible en la tierra del jardín, precisamente debajo de la misma ventana. A no ser por ese rastro, habríamos creído que nuestra imaginación nos había hecho ver ese rostro feroz, sin que existiera. Pronto tuvimos, sin embargo, otra prucba, más convincente todavía, de que alguna mano secrela operaba en nuestro derredor. La ventana del cuarto de nuestro padre fué hallada abierta á la mañana siguiente; las cómodas y cajones habían sido registrados, y sobre el pecho del cadáver había un pedazo de papel con estas palabras: «La señal de los