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IV

La historia del hombre calvo.

Seguimos al indio por un corredor sórdido y común, pobremente alumbrado y amueblado. Llegó á una puerta situada a la derecha, y la abrió de par en par. Un torrente de amarillenta luz nos envolvió, y en el centro del espacio iluminado vimos entonces, de pie, á un hombrecito de abultada cabeza, contorneada por una franja de cabellos rojos; el cráneo prominente y desnudo se destacaba en la cúspide como el pico de una montaña por entre los arbustos. El hombrecito se frotaba las manos, y sus facciones eran la imagen del perpetuo movimiento; ya reía, ya parecía afligido, ni un instante se le veía quieto. La Naturaleza lo había dotado con un labio de péndulo y con una hilera demasiado visible de dientes amarillos ó irregulares, que se esforzaba