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»bía también cuarenta carbunclos, doscientos »diez zafiros, sesenta y una ágatas, y gran canti»dad de berilos, ónix, ojos de gato, turquesas y »otras piedras, cuyos nombres no conocía yo en»tonces, pero que después aprendi. Además, en»contramos cerca de trescientas perlas muy fi»nas, de las cuales doce estaban engarzadas en un cordón de oro. Y ahora que hablo de éstas »les diré & ustedes que cuando recuperé el cofre ya no las encontré.

»Después que hubimos contado nuestras riquezas, las volvimos á poner en el cofre y carga»mos con éste para enseñárselo á Mahomet »Singh. Allí en la puerta, renovamos todos nuesstro juramento de sostenernos mutuamente en »cualquier caso y guardar con fidelidad nuestro »secreto. Convinimos luego en esconder el tc»soro en un lugar seguro hasta que el país estu»viera otra vez en paz para dividirnos entonces »las riquezas por igual. Era inútil hacer el ro»parto en seguida, pues si se hubiera encontrado »en nuestro poder una sola de las piedras pre»ciosas, habrían nacido las sospechas, y, por otra »parte, ninguno de nosotros tenía dentro del »fuerte dónde ocultar lo que le tocara.

»Llevamos, pues, el cofre al mismo patio don»de habíamos enterrado el cadáver, y allí, al pie de la pared mejor conservada y bajo ciertas bal-