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A 210Dsorda al otro lado del charco. La luz desapare»cía luego en una ondulación del terreno, y á »poco volvió á aparecer, avanzando lentamente »en nuestra dirección.

—n; Allí están!— exclamé.

» Déles usted el¡ quién vive! sahib, como de costumbre—murmuró Abdullah.— Que no tengan motivos de desconfianza. Después há»galos usted entrar con nosotros, y espérese aquí »de guardia mientras nosotros hacemos lo de»más. Tenga usted lista la linterna para verles »bien la cara y convencernos de que viene el »hombre que esperamos.

»La luz se acercaba, ya deteniéndose un instante, ya avanzando lentamente, hasta que vi »dos bultos negros al otro lado del barranco y »ya en la misma orilla. Antes de darles el ; quién »vive! dejé que bajaran al fondo, atravesaran el »agua empozada allí y se encontraran á medio >subir la pendiente de nuestro lado.

»¿Quién vive?—dije á media voz.

— Amigos !—fué la respuesta.

»Abrí mi linterna, y el torrente de luz les dió »de lleno.

» El primero era un enorme sika, con una bar»ba negra que llegaba casi hasta la cintura. Yo no había visto jamás un hombre tan alto, á no »ser en alguna exhibición. El otro era chiquito,