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de la inseguridad de su mano. ¿Dónde está el misterio de todo esto?

—La cosa es tan clara como la luz del día—le contesté; y siento haber sido injusto con usted.

Mi deber era tener más fe en sus maravillosas ahora facultades. ¿Y podría usted decirme si por tiene en curso alguna investigación?

—Ninguna, y de ahí la cocaína. Yo no puedo vivir sin trabajo cerebral. ¿Qué otra cosa puede inducirlo á uno á vivir? Acérquese á la ventana y mire afuera. ¿Ha existido nunca un mundo más sombrío, más desagradable é inútil? Vea usted cómo se desliza por las calles la amarillenta niebla y pasa por encima de las casas tristes y descoloridas. ¿Qué puede haber de más prosaico y material? ¿Para qué sirven las facultades, doctor, si no se encuentra un terreno apropiado para ejercerlas? El crimen mismo es vulgar, la existencia es vulgar, las únicas cualidades que tienen funciones que llenar en la tierra, son vulgares y comunes.

Había ya abierto la boca para contestar á este discurso, cuando nuestra patrona llamó á la puerta con un golpe seco, y entró con una tarjeta en la bandeja de bronce.

—Una señorita que viene á verlo á usted, señor—dijo dirigiéndose á mi compañero.—Mis