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recía difícil que hasta ustedes se dejaran engañar por él.

— Ah, bribón !—exclamó Jones entusiasmado y contento.—¡Qué actor tan extraordinario habría sido usted! La tos era exactamente la de un pobre en camino del asilo, y esas piernas tambaleantes valdrían en cualquier teatro eincuenta pesos por semana. Pero, con todo, hubo un momento en que yo creí descubrir que al viejo le brillaban los ojos como acostumbran á brillar los de usted. Ya ve usted que no le dejamos escaparse tan fácilmente.

—Todo el día he estado ocupado en nuestro negocio—dijo él, encendiendo un cigarro.—¿Saben ustedes que ya hay mucha gente de la clase criminal, que empieza á conocerme especialmente desde que este amigo (y me señaló) tomó á su cargo la publicación de mis pesquisas? De manera que ya no puedo ponerme en campaña sin disfrazarme, como lo he hecho ahora. ¿Recibió usted mi telegrama?

—Sí, y por eso he venido.

Y ha adelantado usted mucho en el asunto?

—Todos mis planes han quedado reducidos á nada. He tenido que poner en libertad á dos de los presos, y contra los otros dos no tengo pruebas.