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M 152beton babilidad. Pero alguien acaba de entrar en la casa. Tal vez sea él.

Ofmos un pesado paso por la escalera, al mismo tiempo que un aliento fatigoso y difícil, como un hombre que no puede respirar bien. Una ó dos veces cesaron los pasos, como si la ascensión fuera superior á las fuerzas de la persona, hasta que, por fin, llegó ésta á la puerta y entro.

Su aparición justificaba los ruidos que habíamos oído. Era un hombre de edad, vestido con un traje de marinero; la chaqueta, la llevaba abotonada hasta el cuello. Encorvado, temblorosas las piernas, su respiración asinática denotaba su sufrimiento. Al apoyarse en su grueso garrote, los hombros se le alzaban con el esfuerzo que hacía para introducir el aire en sus pulmones. En torno del cuello tenía una corbata roja que le cubría hasta la barba, y lo único que pude ver en su cara fué un par de ojos obscuros, muy penetrantes, entre el marco formado por unas enmarañadas cejas blancas y unas largas patillas grises. Su apariencia era la de un respetable capitán de buque, caído en la pobreza y agobiado por los años.

—¿Qué se le ofrece, amigo?—le pregunté. El viejo miró en torno suyo con la manera tranquila y inetódica propia de la edad avanzada.