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—¿Por qué, señora Hudson?

Pues, porque está muy extraño, señor.

Cuando usted se fué, él se puso á pasear y pasear por el cuarto, de esquina á esquina, tanto, que llegó á aturdirme con el ruido de sus pasos.

Después le of que hablaba y murmuraba solo, y cada vez que sonaba la campanilla salía á la escalera á preguntarme: «¿Qué es, señora Hudson? Y ahora se ha ido á su cuarto, pero allá también le oigo pasearse como antes. Ojalá no vaya á enfermarse, señor. Yo me atreví á hablarle de una medicina muy buena como calmante, pero él se volvió á mirarme, señor, con unos ojos que todavía no sé cómo pude salir del cuarto.

—No me parece que hay motivos para que usted se inquiete, señora Hudson le contesté.

Ya lo he visto otrás voces así. Un pequeño asunto que lo preocupa le impide estarse quieto.

Para tranquilizar á nuestra excelente patrona, le hablé del asunto en tono ligero, pero después, durante la noche, me sentía yo mismo bastante intranquilo al oir, en medio del silencio profundo en que estaba sumida la casa, el tristo son de los pasos de Holmes, renovado de ralo en rato; y la idea de lo mucho que su activa mente sufría con esa involuntaria inacción, me mortificó hasta el amanecer.

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