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za, y la señora Hudson, la patrona de la casa, dió algunos gritos de cólera y confusión.

Por Dios, Holmes —exclamé medio levantándome de mi asiento. Creo que ya están ahí en busca nuestra.

No, la situación no es tan grave. Quienes están ahí son los de la fuerza no oficial: los irregulares de Baker Street.

Mientras Holmes hablaba, oímos en la escalera un rumor de pies desnudos, muchas voces chillonas, y luego entraron en el cuarto una docena de pilluelos de las calles, sucios y harapientos. No obstante su tumultuosa entrada, se notaba en ellos cierta disciplina, pues inmediatamente se alinearon enfrente de nosotros, mirándonos, como si esperaran nuestras órdenes.

Uno de ellos, más alto y de más años que los otros, se puso á nuestro frente, con una expresión de importancia y superioridad muy divertida en semejante escarabajito.

—Recibí su telegrama, señor—dijo, y en scguida me vine con ellos. Ochenta centavos, y también doce para el ómnibus.

—Aquí están contestó Holmes, sacando el dinero. En adelante, los otros pueden informarte á ti, Wiggins, y tú á mí. No es posible que ustedes invadan la casa de esta manera. Sin embargo, no está demás por ahora que todos