M ted en ella días y más días para visitarlos todos.
—Entonces acudamos á la policía.
Comen No. Probablemente llamaré á Athelney Jones, pero sólo en el último momento. No es mal hombre, y no deseo hacer nada que pueda herirlo en su profesión. Pero ya que hemos ido tan lejos en este asunto, tengo el capricho de desenredarlo solo.
Y si pusieran avisos en los periódicos pidiendo datos á los empleados de los muelles?
—Peor que peor. Nuestros hombres verían entonces que la persecución de que eran objeto arreciaba y se apresurarían á abandonar el país.
Aun sin eso, hay probabilidades de que se ausenten; pero mientras se crean perfectamente en salvo, no se darán prisa á hacerlo. La energía de Jones nos va á servir en este sentido, pues es más que probable que su opinión sobre el asunto se abra paso hasta la prensa diaria, y los fugitivos creerán entonces que todos seguimos un falso rastro.
— Y ahora qué vamos á hacer?—le pregunté en el momento en que desembarcábamos, cerca de la penitenciaría de Millbank.
—Tomar ese carruaje, irnos á casa, comer algo, y dormir una hora. Es casi seguro que esta noche la pasaremos también en vela. Pare usI ted en una oficina de telégrafos, cochero! Vamos