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—No del todo, señor. Negra con una faja blanca.

¡Ah! Cierto! Los costados eran los nei gros. Adiós, señora Smith. Aquí viene un botero con su chalana, Watson. Tomémoslo para cruzar el río.

Lo principal con esta clase de gente—dijo Holmes, cuando estuvimos sentados en los bancos de la chalana, es no dejarles adivinar nunca que sus informaciones pueden ser de la menor importancia para uno; en el mismo instante en que llegan á creerlo, cierran la boca como una ostra. Por el contrario, si usted les escucha como protestando de la confidencia, tal cual yo lo acabo de hacer, tiene usted la probabilidad de obtener cuanto desee.

—Ahora parece que todo está claro—observé.

¿Y qué haría usted ahora?

Alquilaría un vaporcito y me iría río abajo siguiendo la pista á La Aurora.

—Querido amigo, esa tarea sería colosal. La Aurora puede haber tocado en cualquiera de los muelles de uno ú otro lado del río entre este punto y Greenwich. Desde el puente comienza un perfecto laberinto de desembarcaderos que tiene varias millas de extensión, y aun cuando no se dedicara usted á otra cosa emplearía us-