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plegando su estrategia.— Qué buenos colores tiene el pícaro! Díme, Juanito, ¿qué es lo que tú querrías?

El chico reflexionó un momento.

—Yo queyo un chilin—contestó.

Y nada más?

Queyo mejó do chilines—contestó el prodigio, después de otra meditación.

—Pues aquí los tienes, agárralos! ¡Lindo chico, señora Smith!

Dios lo bendiga á usted, señor. Cierto, es lindo, y también malo. Mucho trabajo me cuesta manejarlo, sobre todo cuando mi marido sale y se está varios días afuera.

¿Y ahora está ausente?—dijo Holmes con expresión de desconsuelo. Lo siento mucho, pues yo deseaba hablar con el señor Smith.

—Desde ayer por la mañana está afuera, sefior, y para decir la verdad, ya empiezo á inquietarme por él. Pero si es por un bote, sefior, quién sabe si yo lo podría servir lo mismo.

—Deseaba alquilarle la lancha de vapor.

Vaya! Bendito sea usted, señor; pero él se ha ido en la lancha de vapor. Esto es lo que me da qué pensar, pues á bordo no había más carbón que el necesario para ir cuando mucho hasta Woolwich y volver. Si se hubiera ido en la chalana, yo no tendría cuidado, pues muchas