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por caminos flanqueados á un lado y otro por «villas» medio rurales y medio urbanas. Pero ya comenzábamos á entrar en calles casi completas, de las que iban saliendo obreros y trabajadores de los muelles, mientras las mujeres, todas desgreñadas, abrían las puertas y barrían la acera. En las tabernas de las esquinas comenzaba ya el movimiento: algunos individuos de aspecto vulgar salían de estos establecimientos, limpiándose con la manga el bigote mojado por el primer trago del día. Estrafalarios perros se nos acercaban y nos miraban con expresión meditativa; pero nuestro inimitable Toby no miraba á la derecha ni á la izquierda, y seguía trotando en línea recta, con el hocico pegado al suelo y lanzando á ratos un alegre gruñido, indicio de que se encontraba con nuevas señales del rastro.

Habíamos pasado por Streatham, Brixton y Camberwell, y estábamos ya en Kennington Lane, después de desviarnos por algunas calles excéntricas, hacia el Este del Ovalo. Los sujetos cuyas huellas seguíamos habían hecho indudablemente todos esos ziszás con el propósito de escapar á la observación de los transeuntes. En ningún caso en que pudieran pasar por una calle extraviada, habían tomado el camino principal.

Hacia el término de Kennington Lane se habían