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vo, pues, Jonathan Small otro recurso que dejar la famosa nota, bajar el cofre del tesoro al jardín, y escaparse con él. Tal ha sido el curso de los acontecimientos, conforme á mi manera de descifrar el enigma. En cuanto á los datos que he dado respecto á su persona, claro está que debe ser ya de cierta edad, y estar quemado por el sol después de permanecer por largo tiempo en un horno como las islas Andaman.

Su estatura es fácil calcularla por el largo de sus pasos, y en cuanto á la barba, ya sabíamos que la tenia, pues usted recordará que una de las cosas que más impresionó á Tadeo Sholto, cuando apareció en la ventana, fué lo hirsuto de su cara. Y con esto creo que no tengo más que decir.

—¿Y el compañero?

—¡Ah! Bueno; á ese respecto no hay tampoco un gran misterio, y muy pronto lo sabrá usted todo. Pero, 1 qué linda mañana! Mire usted esa nubecilla: ¡ con cuánta gracia flota, como una pluma roja arrancada á alguna ave gigantesca !

Ya comienzan jos rojos rayos del sol á avanzar hacia el nublado Londres. Este buen sol brilla sobre un respetable número de personas, pero yo me atrevería á apostar que entre todas ellas no hay una sola ocupada en una excursión tan original como la nuestra. ¡Cuán pequeños so-